En memoria de Manolo Barco

2022-08-21 18:31:09 By : Ms. Bianhong Li

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El autor repasa la vida y la trayectoria del histórico sindicalista recientemente fallecido

Manolo Barco. / M. G.

A Manolo Barco le quise como Anselmo Lorenzo quiso a Fernando Tarrida: “Mi amigo, mi hermano, al que admiro por la extensión de su inteligencia y la sencillez de sus sentimientos…”. Ayer sus hijos me comunicaron la triste noticia de su muerte, no por esperada menos dolorosa. Esta mañana, cuando me siento delante del ordenador para escribir unas líneas en su memoria, los recuerdos se me agolpan.

Manolo Barco fue desde muy joven un luchador antifranquista que enseguida abrazó las ideas del Socialismo. Su compromiso con la acción le llevó a sufrir detenciones, largos interrogatorios de la temida Brigada Político-Social, “prefiero seis meses en la cárcel a tres días en la Gavidia” –decía–, y las condenas que le llevaron a prisión en Sevilla y en Carabanchel.

Hoy, en este día triste, quiero recordarlo luchando. Los dos juntos, codo con codo, abrazados en aquel 1º de Mayo de 1967 en que, cuando aún no habíamos cumplido 19 años, gritamos Libertad por las calles de Sevilla.Aquella noche había dormido a ratos, la excitación que me producía la jornada que viviría al día siguiente me generaba continuos sobresaltos. Apenas había amanecido cuando me levanté y teniendo cuidado para no despertar a mis padres y hermanos, bajé las cuatro plantas del bloque de pisos donde vivíamos y salí a la calle. Era una preciosa mañana de la primavera sevillana.

El Nacional-Catolicismo festejaba San José Artesano, ni siquiera San José Obrero. Hasta como apellido del padre putativo de Jesucristo les resultaba subversivo lo de obrero. Para millones de trabajadores de todo el mundo era el 1º de Mayo, el día que la Internacional en el Congreso de París de 1889 había instaurado para honrar a los Mártires de Chicago. La fiesta del Trabajo. El día en que Antonio Machado escuchó por vez primera “la voz inconfundible de la verdad humana”, la voz de Pablo Iglesias.

Era temprano, no había gente por la calle y era muy escaso el tráfico por López de Gómara. Caminando hacia la plaza de San Martín de Porres mis pasos resonaban sobre el acerado y a veces casi me detenía para mirar con disimulo hacia atrás por si alguien me seguía. En la plaza donde unos meses antes había conocido a mi querida Pilar, mi novia de entonces y mi mujer de siempre, estaba ya esperándome mi inseparable Manolo.

–“Date prisa Pepe, no debemos retrasarnos”.

Desde el Altozano, antesala del mítico Puente, –“que bonita está Triana cuando le ponen al puente banderas republicanas”– hasta el Tardón, la calle San Jacinto fue en otra época eje que dividía el arrabal trianero en dos; a la izquierda según caminábamos nosotros, la Cava de los Civiles, a la derecha la Cava de los Gitanos. Andábamos ni muy despacio ni muy deprisa, no queríamos llamar la atención. Dejamos atrás el pequeño hospital de la Cruz Roja y, en la acera de enfrente, el colegio del Protectorado donde unos meses antes habíamos conocido a Felipe González y a Luis Tejeiro. Pasamos frente a la Hispano y en Pagés del Corro doblamos a la derecha en la iglesia de San Jacinto. Enseguida el colegio Reina Victoria de paredes blancas encaladas, que en no pocas ocasiones nos servirían de soporte para recoger nuestras ansias de libertad en formas de pintadas.

Casi no hablábamos, tal era la excitación que nos embargaba. Por primera vez íbamos a participar en una acción contra la dictadura. Ya no se trataba de discutir sobre “democracia interna versus centralismo democrático” ni sobre la importancia de la “acción política en la lucha de clases”, etc. etc. Ahora íbamos a salir a la calle, a gritar a todos que estábamos contra la dictadura y por la Libertad y que si esa lucha nos acarreaba sufrimientos, estábamos dispuestos a afrontarlos porque la lucha por la Libertad, es siempre la lucha más hermosa para el ser humano.

“…por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida…”, dice Don Quijote a Sancho.

– “¿Tienes miedo, Pepe?”.

– “Sí, Manolo, tengo miedo”.

A ratos la boca seca que dificultaba tragar. No podía dejar de pensar en mis padres que tanto habían sufrido durante la Guerra Civil y la posguerra y el dolor que les produciría el que a mí me detuvieran.

– “Disimula Manolo, por la otra acera va Antonio con otro chaval. Antonio Benítez era un militante de las Juventudes Comunistas y de las CCOO. Juveniles con el que teníamos alguna relación en esta etapa de nuestras vidas en la que estábamos despertando a la lucha antifranquista. Cruzamos el Guadalquivir por el puente de San Telmo y la fresca brisa me hizo sentir bien”.

– “Estoy contento, Manolo”.

La alegría superaba al miedo. La cara de Manolo, detrás de sus gafas de miope, reflejaba serenidad y la dicha que le producía el compromiso de la acción.

– “Pepe, en ese hotel trabaja Manolo Bonmati”.

El hotel Cristina era uno de los grandes hoteles de Sevilla, ocupaba una manzana en la Puerta de Jerez y allí trabajaba Manolo Bonmati, un joven de Triana que habíamos conocido no hacía mucho tiempo y con el que empezábamos a compartir inquietudes políticas. Con el tiempo, Manolo Bonmati sería un extraordinario dirigente de la UGT y uno de nuestros mejores amigos.

Caminábamos por la que hoy es la Avenida de la Constitución. El tímido olor a azahar que nos acompañaba en esta temprana hora de la mañana, se hizo aquí, junto al Archivo de Indias, algo más intenso. El corazón nos latía con fuerza, llegamos a la plaza Virgen de los Reyes, a nuestra izquierda la Catedral y enfrente el Palacio Arzobispal y la puerta por la que veíamos que iban entrando algunas personas.

La convocatoria se había hecho de “boca a oído” entre los ambientes antifranquistas, obreros y estudiantiles de Sevilla. Había que llegar al Palacio Arzobispal de uno en uno o a lo sumo, en grupos de dos. Esa primera parte fue un éxito, ni la brigada político-social, ni la brigadilla de información de la Guardia Civil, se percataron aquella mañana de que un par de centenares de hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes, nos disponíamos a perturbar “su paz” conmemorando el Día del Trabajo por las calles de Sevilla. Se celebró el acto en el salón Santo Tomás, allí tomaron la palabra varios oradores. Se recordaron los nombres de dirigentes obreros que sufrían prisión por su oposición al Régimen. Los gruesos cristales de las gafas de Manolo disimulaban unos ojos brillantes, por mi parte que siempre he sido de llanto fácil, no pude reprimir unas lágrimas. Nos abrazamos emocionados y formando un grupo compacto dentro del Palacio Arzobispal, quisimos salir a la calle en manifestación. Ni que decir tiene, que la policía, de paisano y de uniforme, reprimió duramente la manifestación desde la misma Plaza Virgen de los Reyes. Habíamos salido juntos, brazos entrelazados entre nosotros dos y con otros hombres y mujeres a los que no conocíamos pero que ahora ya eran nuestros compañeros de lucha.

En nuestros corazones formábamos una barrera invencible, la barrera con la que hombres y mujeres de todo el mundo se enfrentaba a la explotación, a los abusos. Hombres y mujeres que conquistaban la Libertad para ellos y para sus hijos y nietos. Manolo y yo que salimos juntos, pronto fuimos separados por las cargas policiales. Nuestro afán era llegar a la Plaza del Duque y el de la policía, que no lo hiciéramos. Se produjeron varias detenciones, hubo bastantes contusionados por los golpes de la represión, fuimos pocos los que en pequeños grupos, logramos llegar al final y todavía hoy, se me humedecen los ojos al recordarnos a Manolo y a mí mismo gritando libertad por las calles de Sevilla. Era nuestro homenaje a todos los que habían sufrido la cárcel, los campos de trabajo, el exilio dentro y fuera de España.

Para Manolo y para mí aquella tarde fue especialmente festiva celebrando con Pilar y otros compañeros nuestro primer 1° de Mayo en la calle.

Así es como hoy quiero recordar a Manolo Barco, formando parte de aquella juventud alegre y combativa que se enfrentó la dictadura.

Siempre estarás con nosotros Manolo. Siempre serás un Joven Socialista del 68.

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